Por Manuel Moreno G.
Los ritos públicos son una parte fundamental del carácter de la ciudad. La vida urbana ha ampliado notablemente las oportunidades de intercambio, ganando el ciudadano en calidad, por la densidad y diversidad de situaciones que se producen en el espacio público. Los espacios que acogen estas acciones comunes y no privadas son los equipamientos. Sean edificios o espacios abiertos sus cualidades materiales y morfológicas están definidas por las características de la sociedad chilena, siendo su forma urbana y arquitectónica la que define el carácter y la imagen de las ciudades.
No es una novedad afirmar que a comienzos de este nuevo siglo el espacio público está en crisis, y sus equipamientos están viviendo un proceso de cambio y ajuste de su rol, perdiendo jerarquía y degradándose.
Reflejo de lo anterior y buen ejemplo es el traslado de los ritos públicos, como fue la cumbre de Jefes de Estado en Santiago al espacio privado de un hotel. Esto es una situación de la mayor trascendencia y gravedad, ya que plantea el tema de la segregación, no solo del habitar dentro de la ciudad, sino que el de la sustracción del rito público desde espacio compartido y reconocido como tal por los ciudadanos.
Lo que es propio de los países con una débil tradición institucional y republicana es que los actos y rituales públicos se realizan en lugares privados. En los “Banana Country” el hotel y los “resort” reemplazan la arquitectura pública. Si seguimos este camino en realidad podría resultar mas cómodo y seguro hacer el próximo cambio de mando presidencial en el Ball Room de un cinco estrellas capitalino y no tener tantos problemas administrativos y de seguridad.
La realización de la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Gobierno en los recargados salones del Hotel Sheraton, fue el toque final a este intento, por cierto inconciente, de las autoridades para segregar los ritos públicos hacia lugares con más “confort y seguridad”.
Desde los espacios públicos reconocidos y aceptados por todos los habitantes como un patrimonio urbano compartido, se están trasladando actos que pertenecen a estos hacia recintos controlados y excluyentes.
La cercanía del Bicentenario de Nuestra Independencia en una década más plantea el desafío de construir una ciudad que no sea una sumatoria de “ghettos”, sin un cuerpo de equipamientos que sea reconocido como un patrimonio común.
Chile tiene una larga tradición republicana de casi dos siglos que se ha manifestado en una arquitectura pública digna, y que debe ser puesta en valor urgentemente.
El arquitecto e ingeniero Joaquín Toesca, autor de la Moneda y primer arquitecto de obra pública a fines del siglo XVIII y Bernardo O”Higgins como incipiente creador de espacios públicos con su trazado de la Alameda son los iniciadores de una larga y rica tradición que hoy día está en crisis.
A fines del siglo XIX las obras de Vicuña Mackenna son complementados y enriquecidos por los equipamientos educacionales de Balmaceda y su definitiva intervención del Río Mapocho. Las obras del Centenario en 1910 todavía son los hitos de obra pública en Santiago.
A comienzos de la década del treinta la visionaria modernización del centro de Santiago iniciado por el urbanista vienés Karl Brunner y sus discípulos ha permitido tener un centro vigoroso y rico en espacios públicos. El centro de Santiago hoy día es el único lugar de la ciudad que se reconoce como el “lugar de todos” por los habitantes de los diferentes mundos y culturas que cohabitan la ciudad.
La “sustracción de los ritos públicos” del centro implica una pérdida de status de este y también un motivo para el aumento del deterioro social y físico. Lo anterior atenta contra la idea de que los actos ciudadanos deben ser compartidos por todos los habitantes sin exclusiones. Esto es un tema básico para una sociedad que se autodenomina democrática..
Pareciera que los arquitectos no han logrado transmitir la capacidad y la importancia de los espacios públicos en la vida ciudadana Los operadores políticos ven en general la ciudad desde el punto de vista de los problemas y no de las múltiples potencialidades que esta genera.
El nuevo rol que se está estudiando para el área central de Santiago como un lugar de todos deberá potenciar las cualidades públicas y su capacidad para acoger los ritos colectivos y también ceremoniales, ya que es necesario enmendar el rumbo degradante que esta adquiriendo el espacio público en nuestras ciudades.
Frente a la sustracción de actividades desde lo público a los recintos privados es necesario vitalizar y dignificar los ritos ciudadanos con un equipamiento de calidad en las ciudades chilenas.