Manuel Antonio Moreno Guerrero (1953-2002).
Hijo de una emprendedora mujer de familia tradicional y un ingeniero agrónomo amante de las operas y la música clásica, Manuel nació en el campo a las afueras de Santiago, en Maipú. Su padre, un hombre bastante mayor al momento de tener hijos, le inculcó una curiosidad inagotable, esas ganas de saberlo todo, de estar abierto al mundo. En su casa se leía mucho, incluso en épocas de muy mala situación económica se compraban todos los diarios, de todos los colores políticos.
Siempre lleno de amigos e inventando cosas, desde pequeño se caracterizó por ser un gran aglutinador. No se destacó por ser un buen estudiante en el colegio; tanto sus libretas del Colegio Inglés donde cursó sus preparatorias como del Instituto Nacional estaban teñidas de rojo, era de 7 en lo que le gustaba (historia) y de 1 en lo que no (química). A pesar de su mediocre desempeño escolar y de las pocas expectativas que generaba en sus mayores pudo entrar a arquitectura en la Universidad de Chile el año 1971 gracias al excelente puntaje que obtuvo en la prueba de aptitud académica, donde desde el primer día fue un apasionado de su carrera y constante ayudante de taller.
En 1977 el colegio de arquitectos le otorga el premio Decano del Canto por tener el mejor proyecto de título de las universidades chilenas ese año. Se graduó a en 1979 después de lograr pasar todos los cálculos pendientes y a los pocos días se casa con su eterna compañera de vida Viviane Oliger con quién tuvo 3 hijos entre 1982 y 1987. Su larga batalla contra el cáncer comienza nueve años antes de su muerte, en 1993. Desde entonces compartió oficina con Humberto Eliash, su gran amigo, compañero y socio de múltiples proyectos.
Buen discípulo y querido maestro, Manuel abarcó la investigación, la docencia y el ejercicio profesional con igual ahínco, dejando huellas en todos quienes compartieron con él. Tan cordial como crítico era capaz de relacionarse con tantos de tan diferentes condiciones, en tantos lugares y situaciones; conversador incansable, siempre bien informado, lector empedernido, arquitecto notable, sabio y generoso; investigador de una inteligencia lúcida, rápida y sintética, antes que nada, Manuel era arquitecto. Hombre de una sola línea, Manuel se preocupaba de ser coherente en todo, desde los zapatos hasta el discurso. Quizás la mejor herencia que les dejó a sus tres hijos es el inmenso cariño que le tuvieron todos y que hasta hoy les manifiestan, tanto auxiliares de aseo como renombrados profesionales en Chile y en el extranjero.