A PROPÓSITO DE LA DÉCIMA BIENAL DE ARQUITECTURA EN CHILE.
Por Manuel Moreno G.
Diciembre 1995
Al revisar la gran cantidad de obras presentadas a la muestra de la X Bienal de Arquitectura surgen antecedentes que permiten tener una idea más precisa del carácter de la arquitectura chilena de los años 90. En gran medida esta muestra es una radiografía bastante acotada de la producción arquitectónica chilena.
Se percibe un significativo incremento cualitativo en las obras de vivienda unifamiliar y de equipamiento, como oficinas e industrias. Siendo las áreas más importantes arquitectura del paisaje y patrimonio, en las que la calidad de las propuestas ha superado largamente las espectativas, y permite proyectar un gran desarrollo para estas dos especialidades que han adquirido una imagen profesional y también un reconocimiento público. El programa de parques públicos urbanos y la intervención en edificios patrimoniales son un punto culminante de este auge.
Quizás el punto más crítico de esta muestra de la X Bienal, es un progresivo reduccionismo del alcance de ésta. Se esta produciendo una creciente desafiliación de temas importantes en la arquitectura chilena. Desde hace algunas décadas la vivienda social ha ido abandonando el campo de la arquitectura. Esto que ya parece un hecho natural también se esta ampliando hacia los edificios de vivienda media.
Esta situación que hoy está haciendo crisis no es un hecho aislado que se deba exclusivamente a los arquitectos. Es muy difícil saber a estas alturas si detrás de grandes conjuntos de “vivienda social” estan todavía los arquitectos. Esto ha definido una condición de anonimato en la relación obra-creador. Al abandonar el campo de lo arquitectónico y sumergirse en una forzada clandestinidad, se pierde la necesaria responsabilidad pública del arquitecto frente a su obra.
¡Sólo un 1% de las obras presentadas a la Muestra de esta Bienal correspondió a la vivienda social! Muy pocos arquitectos consideraron la vivienda social como algo digno de representarlos. Con el diseño urbano sucede lo mismo, no más del 2% de lo presentado correspondió a este tema.
Que lejanos nos parecen hoy los días en que un Ricardo Larraín-Bravo en 1914 hacía la Población Huemul o Luciano Kulzcewsky proyectaba poblaciones con un presupuesto reducido. También arquitectos como W. Parraguez, el T.A.U. o Pérez de Arce y Besa, pensaban el tema desde una visión contemporánea. Existe una valiosa experiencia de los arquitectos y de los organismos públicos a través de la Caja de Habitación o el Seguro Obrero. Se podría afirmar que esta valiosa tradición culmina con la creación de la Corporación de Mejoramiento Urbano que intenta revertir la tendencia degradatoria y proponer soluciones arquitectónicas frente al tema de la vivienda masiva. Lamentablemente las cosas habían evolucionado hacia una segregación de los problemas urbanos y arquitectónicos, produciendo intervenciones masivas y radicales que las ciudades no fueron capaces de absorver, generando degradación urbana.
Vale la pena preguntarse ¿En que momento se bifurcaron los caminos de la Vivienda Social y la Arquitectura?
No es una casualidad que en la década del sesenta, en que la panacea cultural era la desagregación y especialización de la cultura, se crea el Ministerio de la Vivienda, quedando los temas de arquitectura localizados en el Ministerio de Obras Públicas y trasladando la planificación urbana también al MINVU, pero sin la jerarquía necesaria para el tema. Esta coincide con un progresivo abandono de lo cualitativo por la cantidad como tema central de la vivienda.
En realidad a treinta años de esta decisión queda absolutamente claro que los resultados no son recordables para la calidad arquitectónica ni para las ciudades, y por lo tanto para la habitabilidad de los espacios urbanos.
No es una desgraciada coincidencia, ni el producto de una baja imagen de los arquitectos como hombres públicos, que nunca haya existido en treinta años un Ministro de la Vivienda arquitecto. Lo anterior es producto del rol que le han asignado los “operadores políticos” al tema de la vivienda masiva. En este contexto parece muy claro que esto no se haya producido, no por odio hacia los arquitectos de parte de los políticos, sino porque ha sido más funcional a esta idea de cantidad resolver el tema con las personas indicadas: hoy día es un ejecutivo bancario, en otra época fueron empresarios de la construcción y también obrero de la construcción a comienzos de los setenta. Esto demuestra que en realidad mucha gente considera que el problema de la vivienda no tiene una relación directa con la arquitectura.
La solución de la vivienda opera con los patrones de eficiencia de una línea de producción industrial. En los países desarrollados está a la vista que las políticas de “Taylorización de la vivienda” de los años 50 y 60 trae a mediano plazo la destrucción de la ciudad y la consiguiente perdida de la inversión realizada.
Cuando primaron los criterios tecnológicos en que prefabricación se asociaba a eficiencia y rapidez, como una nueva solución mágica para resolver el problema, también los resultados no fueron muy felices.
Esto les parecerá a algunos una herejía o una divagación de intelectuales que no conocen la dramática falta de recursos de nuestro país para resolver el tema de la vivienda. Lo anterior obviamente no intenta desconocer que “la higiene del habitar” ha evolucionado progresivamente desde fines del siglo pasado. Benjamín Vicuña Mackenna explicaba la existencia de sectores marginales de Santiago denominándolos “aduares africanos”, en que la vida civilizada no tenía cabida. La bucólica imagen de orden urbano que se tiene de las ciudades de principio de siglo se confronta con esta ciudad sumergida, que como dice Armando de Ramón, ni siquiera figuraba en los planos oficiales de Santiago o Valparaiso.
Lamentablemente los porfiados hechos demuestran que pese a los esfuerzos y la buena voluntad el camino recorrido en las últimas décadas está equivocado y además no es eficiente a largo plazo.
Lo que no han querido entender los “operadores políticos” es que es impensable resolver la calidad de vida urbana si no se aborda desde una perspectiva arquitectónica la solución de la vivienda social.
Lo que corresponde más allá de la buena voluntad de las autoridades es volver a integrar la arquitectura, el diseño urbano y la gestión financiera con la misma jerarquía.
Si alguna vez los arquitectos pensaron que la creación de un organismo especializado dedicado a la vivienda iba a significar un aumento de la calidad arquitectónica de la vivienda masiva, la realidad truncó esta aspiración.
Es tal el volumen de inversión en vivienda que el acento principal se ha puesto en la gestión financiera y en la cantidad de “soluciones habitacionales”, que no es otra cosa que un eufemístico nombre para denominar algo que no es una vivienda digna y que además se localiza en un entorno urbano degradado.
Lamentablemente esta concentración de recursos ha conducido a un aumento desmedido del tamaño de las intervenciones, por las ventajas financieras que tienen las grandes operaciones de construcción. Por esta razón y por la mala calidad arquitectónica y urbana de las soluciones el estado se ha convertido en el mayor degradador creador de “periferia involuntaria” de nuestras ciudades.
Más del 55% del incremento del área de las ciudades chilenas se debe a la gestión pública. Lo paradógico es que cuando el MINVU pública sus logros en vivienda social muestra ejemplos excepcionales al sistema como la “Comunidad Andalucía” en Santiago Sur y el trabajo de algunas ONG de Santiago, que no tienen relación con la política general.
Es una gran paradoja que siendo la preocupación más importante la eficiencia de la gestión financiera, la inversión realizada se pierde por la degradación y marginalidad producida por las masivas intervenciones en la periferia de las ciudades.
Un caso dramático de esta “degradación instanstanea” ha sido la línea elevada del Metro, en la comuna de La Florida. Usando como criterio el ahorro inmediato se ha decidido eliminar el metro subterráneo por la alternativa elevada. Esto no ha considerado la experiencia internacional que demuestra que los ahorros realizados se “esfuman” a mediano plazo por la degradación producida: mayores gastos en seguridad ciudadana, mala calidad urbana, deterioro de los edificios aledaños, etc.
Pero quizás lo más grave es que a sectores de la ciudad se les asigna una condición de ciudadanos de segunda clase sin apelación. ¿Qué pasaría si el metro se proyectará elevado en Providencia o Las Condes? Lo más probable es que volaría inmediatamente la cabeza de alguna autoridad a causa de las protestas. ¿Quién tiene el poder de decisión para degradar importantes áreas urbanas y privilegiar otras? En el caso de la Vivienda Social la misma pregunta también es pertinente.
La desafiliación de la vivienda social de la arquitectura como lo hemos visto, no es un hecho imputable sólo a los arquitectos. Lo preocupante es que con bastante resignación hemos dado por perdido el tema y la gran mayoría de los arquitectos ni siquiera considera que vale la pena gastar tiempo y energía en la vivienda social.
Es tarea fundamental abandonar la resignación e intentar “reponer” en el campo de las preocupaciones arquitectónicas la vivienda social. En este sentido los arquitectos de “prestigio” deben asumir esta ineludible tarea y dar el ejemplo a los escépticos de siempre que ven esta situación como un camino sin retorno.