Por Manuel Moreno G.
Agosto 1996
Resulta paradójico constatar que en América Latina se está gestando una fuerte disociación entre la tan publicitada “modernidad”, que se esta imponiendo en el campo económico, y la cultura como parte de esta modernidad. Se deja fuera de este campo la arquitectura contemporánea, relegando al papel de objeto de uso y por lo tanto modificable y desechable. Es preocupante que a fines del siglo XX esta sociedad tan dinámica y moderna tenga como iconos referenciales el estilo Georgian o el Tudor.
La gran mayoria del patrimonio chileno reconocido y protegido esta construido entre 1870 y 1930. Por causas naturales como terremotos o falta de recursos, no ha existido un volumen importante de edificios patrimoniales anteriores al siglo XIX.
Entre 1925 y 1970 se concentra una importante cantidad de obras singulares que no han sido consideradas, ni integradas al patrimonio. Esta anomalia cultural es la generadora de la mayoría de las penurias por las que pasan las obras construidas en la primera mitad del siglo XX.
A) ALGUNAS PRECISIONES SOBRE PATRIMONIO Y MODERNIDAD
El patrimonio arquitectónico contemporáneo sobrevive con mínimas protecciones. Es insólito que las obras consideradas como parte de la historia y por lo tanto del patrimonio, llegan hasta las primeras décadas de este siglo, y no incluyan más de 50 años de historia de la arquitectura contemporánea.
Bastante tiempo y esfuerzo costó para que se tomara conciencia del valor del patrimonio arquitectónico de los siglos anteriores.
Polémicas que se planteaban hace más de dos décadas, como la discusión sobre el valor cultural de ciertos edificios que hoy son obras claves de nuestro patrimonio arquitectónico y urbano, dejaron paso a consensos que se reflejan en la defensa del patrimonio de los siglos XVIII y XIX.
Un largo trabajo que comenzó a fines de la década del 20 con las investigaciones de arquitectos e historiadores en México, Argentina, Perú y otros paises, han permitido crear conciencia sobre el valor de arquitectura del Sur de América hasta comienzos del siglo XX.
Sería un escándalo que hoy se construya un galpón sobre un edificio público del siglo XVIII ó XIX. Lamentablemente con las obras de arquitectura contemporánea no ha sido así, ya que el afán depredatorio no ha tenido un límite cultural que impida la destrucción de importantes obras de este siglo.
Los historiadores y defensores del patrimonio construido, han centrado sus energías en la defensa de los trozos de ciudad y arquitectura de los siglos anteriores. Esta importante labor que se ha cumplido con interesantes resultados, debe dejar paso a la incorporación de la modernidad al patrimonio construido. Esta será la única forma de integrar a la totalidad de los habitantes a la memoria colectiva de ésta.
La relación directa de las ciudades americanas con el mundo de la modernidad es la clave a partir de la cual se debe construir esta nueva conciencia del patrimonio, ya que están presente en éstas los hechos urbanos y arquitectónicos que han marcado la memoria colectiva. Es el siglo XX en Buenos Aires, Santiago o Rio de Janeiro el período clave que define la morfología de estas ciudades. Para que hablar de Caracas que en realidad es una ciudad en proceso.
Es a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando se considera el objeto arquitectónico como un bien patrimonial. En las primeras décadas de este siglo algunos pioneros como Benavides, Secchi, Dávila y otros iniciaron un largo trabajo que recién tuvo resultados a fines de los años sesenta. Esto permitió formular las bases del respeto hacia el entorno construido. De hecho la revisión de la ley de Monumentos Nacionales de 1925 ocurre el año 1970, pero lamentablemente no se dictó el reglamento y ésta no ha sido operativa.
Recién a fin de los años setenta, y después de la polémica sobre la crisis de la modernidad se toma conciencia de las áreas urbanas homogéneas como valor patrimonial. Ya no es el sólo el edificio aislado lo que se considera valioso, sino que es el barrio, la calle o el conjunto de objetos arquitectónicos y paisajísticos los que se deben proteger.
Víctimas de una falta de interés en lo contemporáneo desaparecen entre otras, la casa Oyarzún (1930), primera casa moderna de Chile, y se alteran gravemente el Cap Ducal (1936) Viña del Mar, el Hogar Social Hipódromo, el Hogar Social Parque O’Higgins (1941) y el edificio Lotería de Concepción (1941), etc. Todas estas son obras claves de la modernidad y de la cultura chilena de este siglo.
Esta situación se torna dramática porque la mayoría de los edificios contemporáneos no están considerados bienes patrimoniales, siendo los mejores ejemplos de nuestra arquitectura moderna.
Este mes se demolió en un fin de semana la casa de Sergio Larraín G.M. y parque, diseñado por Oscar Prager, ubicado en Av. Ossa. Esto pese a que figuraba como edificio de valor patrimonial en el nuevo Plan Regulador de la Reina.
B) EL PATRIMONIO CONTEMPORANEO Y SU ESPECIFICIDAD TEMATICA.
La tarea más urgente hoy es defender una gran cantidad de obras significativas contemporáneas que están ubicadas en áreas en que el valor del suelo, producto de las ordenanzas, ha aumentado hasta un 2.000% en menos de una década. Frente a esto, lo único que cabe es reiniciar el largo trabajo de los pioneros del patrimonio de los años treinta, pero con los edificios contemporáneos, diseñando instrumentos capaces de contrarrestar esta fiebre inmobiliaria que no considera el valor patrimonial de la arquitectura contemporánea.
Las destrucciones y transformaciones de grandes trozos de nuestras ciudades ha sido posible debido a que no existe conciencia del valor cultural de la arquitectura moderna y por lo tanto de su trascendencia histórica.
Se han producido graves hechos que grafican lo anterior; se demolió la primera casa moderna de Chile (del arquitecto Rodulfo Oyarzún Ph., año 1930) y se realizaron ampliaciones que alteraron el carácter de la sede de CEPAL (1960-1966) edificio paradigmático de la arquitectura moderna del Sur de América. El primer caso pasó inadvertido incluso para los arquitectos y en el segundo se hizo una gran campaña, pero nada cambio la situación.
Es urgente integrar a lo patrimonial la arquitectura de la primera modernidad en América Latina a partir de los años 30 y también las obras modernas de las décadas de los 40 a los 60.
En general los estudios sobre patrimonio contemporáneo, han fijado una prudente distancia temporal de 25 años para la consideración patrimonial de las obras.
Existe una condición de inestabilidad formal y espacial propia de la modernidad, que se ha traducido en edificios en que las relaciones entre partes y su materialidad recurren a la levedad. Es necesario repensar el rescate de la arquitectura contemporánea, actuando con rigurosas metodologías de restauración y protección que den cuenta de una relación dinámica entre patrimonio y modernidad.
Las características de inestabilidad compositiva de la arquitectura moderna debe ser considerado al ser integrada a lo patrimonial. Esto implica que los grados de modificación posibles, sin desvirtuar el carácter de la obra, son mayores a los del patrimonio “clásico” considerado en todas las normativas y recomendaciones internacionales.
Las condiciones de equilibrio precario de la composición moderna, que se transmiten a su materialidad, han permitido alteraciones brutales que han modificado irremisiblemente el proyecto original. Por lo anterior es fundamental la precisión de los grados de cambios que este puede tener, principalmente en su interior y sus espacios de servicio. Considerando este punto clave se podrían salvar, concertando los intereses públicos y privados, gran parte de los edificios contemporáneos de nuestras ciudades.
C) ESTADO DE SITUACION DEL PATRIMONIO CONTEMPORANEO EN CHILE
La construcción de la relación modernidad arquitectónica patrimonio es la tarea más importante del patrimonio chileno para este fin de siglo.
Existen tres áreas de trabajo que permitirán abordar una temática casi desconocida hasta hace una década, éstas son:
I. Divulgación del valor cultural y patrimonial de la arquitectura contemporánea chilena (1925-1970).
Esto se ha realizado a través de múltiples acciones públicas, libros, publicaciones especializadas, cursos y medios de comunicación masivo.
Ha sido el trabajo más absorvente y quizás más importante que se ha ejecutado en estos años.
II. Proposición de modificaciones a la normativa del patrimonio chileno.
Es imperioso adecuar la ley de monumentos nacionales a las particulares condiciones del patrimonio arquitectónico contemporáneo, intentando dotar a la normativa de un carácter más propósitivo que restrictivo, ya que hoy, tener un bien patrimonial es un castigo.
Es importante encontrar nuevas formas de gestión administrativa y financiera en la defensa del patrimonio. Es urgente incorporar formas creativas de gestión privada que remplacen el aporte del estado, que no tiene la capacidad ni el interés en considerar el patrimonio moderno como una tarea cultural urgente. Ejemplo de esto es la ley sobre Monumentos Nacionales, que lleva años en estudio, y que aún no es enviada por el Gobierno al Congreso.
III. Catastro del patrimonio contemporáneo chileno.
En Chile existen casi cuatro centenares de obras consideradas monumento nacional, de estas sólo una es de arquitectura moderna (Monasterio Benedictino de Las Condes). El trabajo más urgente a realizar es compensar esta ilógica situación e integrar a este listado las obras contemporáneas más significativas.
El análisis y recopilación del patrimonio construido entre 1925 y 1970 permitirá a breve plazo abordar un enlistamiento más ajustado de las obras a proteger. Esto hará posible una mayor labor de difusión del rol cultural de este patrimonio no reconocido.
Obviamente las formas de defenderse y operar con el patrimonio moderno no surgen de un día para otro. ¡Un ejemplo claro es el medio siglo que demoró la creación de una conciencia patrimonial en Chile! Esto requiere de un trabajo constante de recopilación, creación de opinión pública, nuevas formas de gestión económica, y de normativas eficientes que salvaguardando el derecho de propiedad amplien el patrimonio nacional. Sólo así se podrá construir una relación permanente entre la arquitectura moderna y el patrimonio.